Cuando se recorren los caminos cercanos a El Calafate y el Glaciar Perito Moreno pocas veces se tiene conciencia de estar pisando una tierra en la que la historia social y política del país vivió uno de sus momentos más terribles. En esta nota se lo contamos.
En la ruta que conduce desde el pueblo de El Calafate hasta el Glaciar Perito Moreno, más precisamente a la altura del kilómetro 28, se pasa frente a la Estancia Anita. Con sus más de 74.000 hectáreas es uno de los establecimientos rurales más grandes de la provincia de Santa Cruz. Es, además, una típica estancia patagónica: se dedicó desde sus comienzos y sigue todavía hoy dedicada a la cría de ovejas y la explotación lanera. Se pueden ver desde la ruta sus instalaciones, entre ellas el galpón de esquila, de chapa. Al fondo, un cordón elevado, llamado Barrancas de Anita, en el que nidifican cóndores.
En este punto y con esta vista, deténgase un momento y trate de imaginar una historia no muy lejana: en ese galpón de chapa, cientos de obreros fueron acorralados y fusilados por tratar de defender sus derechos con una huelga, en contra de sus patrones, pero a favor de un convenio firmado con el gobierno de Buenos Aires.
La historia
Los sucesos de Estancia Anita, que se hicieron conocidos para los hombres contemporáneos a través de un libro de Osvaldo Bayer y de una película homónima, “La Patagonia Rebelde”, se enmarcan dentro de una serie de represiones a los movimientos obreros, estudiantiles y campesinos que han jalonado la historia de la Argentina.
En el año 1921, obreros, campesinos esquiladores del sur extremo, compañeros del viento y el silencio, fueron fusilados por soldados de Buenos Aires. Eran tiempos de Yrigoyen, del primer gobierno radical. Se los mataba porque hacían huelga. Lo que pedían no era mucho: 100 pesos por mes de salario, que las instrucciones del botiquín de remedios no estuvieran en inglés y que se les entregara un paquete de velas por mes para poder alumbrarse a la noche. Todo esto, y otras cosas por el estilo, estaba escrito en un convenio firmado un año antes por un representante del mismo gobierno que ahora los mandaba matar. Sólo que los patrones no lo cumplieron nunca. Y cuando los obreros se quejaron ante el gobierno porque no cumplían lo que se había pactado, el mismo gobierno que había firmado el convenio los fusiló.
La tierra de Santa Cruz se llenó de tumbas, anónimas, en medio de la nada. Cuentan que nadie se acercaba a esas tumbas por miedo a ser marcado como partidario de los huelguistas, ni siquiera los salesianos fueron a poner una cruz en ellas. Los que murieron fueron obreros criollos, mezcla de indios y españoles, chilotes y también europeos anarquistas. Poco importaba su filiación, sólo una cosa fue tenida en cuenta: la desobediencia a los patrones.
¿Quién ordenó tan tremenda represión? El gobierno nacional, que respondió de esa manera rápida y enérgicamente al pedido del gobierno inglés, que no podía tolerar que los intereses de sus súbditos se vieran afectados. Y las estancias de la Patagonia eran de los ingleses.
Nadie se hizo cargo de estos asesinatos. Varela, el militar enviado por el gobierno, dijo que “había cumplido las órdenes que el Señor Presidente le había dado” y que “no había nada que investigar”. En la lejana Buenos Aires la oposición pidió explicaciones, pero no las obtuvo y fue imposible que el congreso formara una comisión para investigar los fusilamientos. Los anarquistas siguieron reclamando, hasta que uno de ellos, el alemán Kurt Wilkens mató con una bomba y varios balazos a Varela, luego fue encarcelado y asesinado en la cárcel, y sus compañeros finalmente mataron al carcelero que lo había matado. Y aquí se termina esta serie de muertes trágicas, que empezaron el 7 de diciembre de 1921, en la Estancia Anita, en el lejano Oeste de Santa Cruz, muy cerca de la eterna y helada custodia del Glaciar Perito Moreno, que todavía no era la meca del turismo que constituye hoy en día.
Hoy
Poco o nada de todo esto parece recordarse hoy en El Calafate. Pero hay varias opciones para visitar los terrenos de la Estancia Anita. Una de ellas, la excursión que se llama “Barrancas de Anita”, propone una vista desde las elevaciones que se encuentran por detrás del galpón de esquila, en la condorera.
Además, en una de las secciones de este enorme latifundio, aprovechando una vivienda que fuera propiedad del señor Braun, se ha abierto un elegante establecimiento turístico, Alta Vista, con servicios exclusivos. Previo permiso se puede acceder y visitar, para tener una idea de cómo vivían los antiguos dueños.
Y finalmente, qué mejor memoria que la nuestra, viajeros concientes, que sabremos escuchar en este paisaje de estepa y coironales, envuelto por el viento y el silencio, la voz de los que un día supieron dejar la vida por un poco más de justicia.