La piedra que habla el idioma de la tierra
Como cuentan los paisanos, las piedras ruedan solas por las noches y suena el viento al jugar con ellas en el corazón de Somuncurá. Así es esta meseta de belleza y mística patagónica, donde la sonoridad del silencio en medio del paisaje desolado se torna casi tangible, con forma y densidad, acompañada de movimiento y vida.
Su nombre es una voz araucana que significa ‘piedra, peñasco que suena o habla en el idioma de la tierra’. Afloran aquí por doquier las muestras de un reservorio acuífero fenomenal, reducto de fauna excepcional con especies únicas y, por sobre todo, un libro abierto que cuenta historias y tradiciones antiguas.
La meseta de Somuncurá, denominada por los geólogos como ‘una isla en tierra firme’, es una altiplanicie de roca volcánica de aproximadamente 15.000 km cuadrados, entre las provincias de Río Negro y Chubut. Se estima que tiene aproximadamente 300 millones de años y surgió cuando el mar cubría aún la mayor parte del sur de América.
Esta meseta se expande en lenguas hacia el inmenso entorno de las planicies bajas que la rodean. Dentro de ella hay sierras, cañadones, lagunas, cerros, manantiales y arroyos. En los recovecos resultantes entre los cañadones y los rincones de su piedemonte, se encuentran microvalles y allí, sus pequeños pueblos.
Somuncurá: Área Natural Protegida
La Meseta es un área natural protegida, declarada en 1993, como Reserva Natural Integral Meseta de Somuncurá”. Las razones dadas para su creación atienden a su interés e importancia geomorfológica, climática y paleontológica. La existencia de especies únicas en la faz de la tierra, como la mojarrita desnuda y otras subespecies características como la ranita de Somuncurá, los pilquines habitantes de las rocas, guanacos, avutardas, águilas, cisnes etc. ha conformado también un importante campo de estudio para los biólogos.
Esta nueva área protegida representa, por lo tanto un terreno de variadas expectativas para los científicos y ambientalistas. Pero al mismo tiempo, fue sentido como una amenaza por los habitantes de la región, que sintieron que esta declaración amenazaba sus derechos sobre las tierras que ocupaban y sus posibilidades de continuar viviendo en el lugar.
El modelo que seguramente tenían en mente era el de los tradicionales Parques Nacionales, dentro de los cuales no se admiten pobladores. Quizás en sus oídos resonaron los reclamos de los mapuches, antiguos habitantes del territorio que hoy abarca el Parque Nacional Lanín, y que debieron reclamar fuertemente para lograr que les permitieran la realización de una tradicional ceremonia religiosa que sólo se puede hacer en determinado lugar, entre las montañas y los lagos del hoy Parque Nacional.
Sin embargo, la opción elegida en este caso, más cercana a las características del programa “El hombre y la Biosfera”, de la UNESCO, contempla la incorporación de los pobladores en el cuidado y conservación del ecosistema. La particularidad es que no se considera al ser humano un intruso sino un agente de cambio más, tan integrado a la naturaleza que lo rodea como los animales, las plantas y los cursos de agua que hay que proteger.
En el proyecto de las Áreas Naturales Protegidas se avanza un paso más: no sólo los habitantes con un modo de vida completamente adaptado al medio ambiente y en interacción con él, no son expulsados, sino que se les asigna un papel indelegable: la protección y vigilancia de las áreas en cuestión. Para esto, parte de la inversión debe estar orientada a la educación y formación de los pobladores, sólo a partir del conocimiento podrán tomar conciencia del valor de lo que cotidianamente los rodea.
Viajar a Somuncurá
Somuncurá es una de las aún casi inexploradas opciones del turismo patagónico, con incontables parajes sin contaminar que permiten a sus visitantes vivir una experiencia personal en contacto íntimo con la naturaleza. Es uno de los lugares con más baja densidad de población de Argentina, una estepa pintada con pueblitos históricos nacidos alrededor de los ojos de agua, en medio de una de las atmósferas más puras del planeta.
Las salidas a la meseta pueden realizarse con guías o baqueanos, a caballo, en vehículos 4×4, en auto o bicicleta. Las actividades ofrecidas son: realizar safaris fotográficos, almorzar en enormes grutas naturales, transitar por huellas talladas a mano, pico y pala por los pobladores o contemplar la inmensidad en todo su esplendor. Todas las opciones lo llevarán al encuentro de la verdadera Patagonia salvaje y primigenia que, protegida por escabrosos y abruptos paredones de lava, semeja un castillo o fortaleza donde una vez habitaron poblaciones Tehuelches y Mapuches.
Las excursiones
La mayoría de las salidas se hacen desde el pueblo de Valcheta, situado en el valle del arroyo del mismo nombre. Desde aquí parten numerosas actividades turísticas, ecológicas y de aventura. Excursiones guiadas a La Gotera y sus vertientes de agua mineralizada, a Chipauquil para ver la mojarrita desnuda en el camino, o al Cerro Somuncurá Grande. Desde Valcheta hasta Cerro Corona, el epicentro místico de la cultura Tehuelche, que domina la planicie de la meseta como altura máxima (1900 m.s.n.m), hay 160 km y se puede realizar en excursiones de día completo o con pernocte.
A su llegada diríjase a la sede de la Municipalidad de Valcheta (TE 02934-493163) o al edificio del museo, donde lo orientarán para realizar una visita guiada a la Meseta de Somuncura. Las cabalgatas y el trekking son una buena opción para un safari fotográfico inolvidable.
Durante el mes de junio, se puede disfrutar la Fiesta Nacional de la Matra y las artesanías en Valcheta. Las artesanas del lugar se destacan en el oficio de tejer en telar Mapuche, autóctono de la provincia, se suman también otros exponentes reconocidos como los trabajos en madera, el cuero o la piedra. La fiesta es también acompañada por espectáculos folclóricos que resaltan valores locales y regionales.
El desafío que aguarda al viajero es inusitado: un “turismo de naturaleza” para experimentar estas tierras sin demasiados estructuramientos, atravesando páramos desolados de geografías complejas e irregulares y encontrar la riqueza del origen de todo y de todos. Sentir el nexo entre el pasado y el presente, aceptando el desafío de vivir la naturaleza y descubrir alguno de sus numerosos misterios.