El tango tiene su propia historia de vida. Desde su ya lejano nacimiento a fines del siglo XIX hasta su vigoroso presente ha pasado por diversas etapas.
Después de un inicio picaresco y provocador, los primeros años del siglo XX lo volvieron melancólico y descarnado. Fueron los tiempos del legendario Carlos Gardel, que llevó su tango a París y regresó triunfante a Buenos Aires.
Los años 40 significaron sin duda la época de oro del tango. Músicos y compositores se multiplicaron así como el baile en infinidad de clubes y milongas.
En los años 60, con la explosión del rock, la popularidad del tango decayó notablemente. Llevó el estigma de ser “música para viejos”. Sin embargo, siguió engendrando talentos. Astor Piazzolla es el artista más representativo de esta época, fundador de la vanguardia del tango. Su propuesta innovadora, fundante de una nueva sonoridad, rompió definitivamente con la ortodoxia del tango.
Los años finales del siglo XX encuentran al tango con fuerzas renovadas, otra vez de la mano de una creciente popularidad en Estados Unidos y Europa. Los jóvenes redescubrieron sus viejas letras y, herederos del legado de Piazzolla, emprendieron la tarea de experimentar sobre la base del tango.
Y así llegamos a nuestros días, en la década del 2020, cuando en el tango hay lugar para todos: orquestas típicas para bailar, propuestas de fusión con géneros tan diversos como la electrónica, milongas donde los cultores de la vieja guardia dan cátedra a los jóvenes que se acercan, enamorados de nuevo de este “sentimiento triste que se baila” que inauguraron sus abuelos.