Los primitivos habitantes de la región fueron las tribus de indios guaraníes establecidas especialmente en las zonas isleñas y los indios nómades llamados querandíes que vivían de la caza y de la pesca.
Del mestizaje con el conquistador español llegado a estas tierras, nació el “criollo”, primer hijo autóctono de estas tierras.
Con el tiempo, la población de Buenos Aires fue adquiriendo una personalidad diferente gracias a las distintas corrientes inmigratorias que comenzaron a llegar a partir de 1880.
Se produce el ingreso masivo de españoles, italianos, sirios libaneses. polacos y rusos que llegaron en busca de “pan y trabajo” respondiendo a la consigna del estado argentino de “poblar la República Argentina”.
Ya a partir del siglo XX, aparece una nueva inmigración de latinoamericanos y asiáticos (especialmente chinos y coreanos) y un aluvión de provincianos de distintas zonas del interior del país. Cada uno de ellos aportó lo suyo para conformar una Babel que fue mixturando costumbres y modismos en la cultura del “porteño” como hoy lo conocemos.
Se llama “porteño” al habitante de la ciudad de Buenos Aires, palabra que hace referencia a la condición de puerto de ésta y que ha influido en su cultura.
Esa puerta de entrada es también un punto de partida. Cuando la cosa se pone difícil, se populariza la frase “hay que irse de aquí”, y el porteño se dispone a partir con el sueño de otros horizontes. Pero mucho más temprano de lo previsto, regresa sumergido en una nostalgia irresistible. Como lo explica una canción popular “me duele si me quedo, pero me muero si me voy”.
Es esencialmente melancólico, siempre está añorando el tiempo que se fue, lo que se perdió o lo que no pudo ser.
Lleva en su sangre una mixtura de razas. Puede tener un padre criollo, una abuela italiana, un bisabuelo español y una madre rusa. El resultado: un porteño de ley, forjado con características aportadas por cada influencia. Tal vez encontremos en los jóvenes a la tercera o cuarta generación de argentinos, ya con padres y abuelos nativos, pero con estos ancestros en sus genes que lo vuelven tan personal.
Dicen que un porteño discute como un napolitano, se empecina como un vasco, sueña como un británico y disfruta como un francés.
Es criticado por soberbio y arrogante aunque en su fuero íntimo es crédulo e ingenuo. Siempre dispuesto a dar una mano, es básicamente apasionado y verborrágico. Hablar y conseguir adeptos para su posición es uno de sus mayores placeres, tanto como resultar “el elegido” para una confesión. Es entretenido en la charla y todo “te lo quiere contar”, pero también le gusta escuchar, y mucho más cuando se trata de descubrir la forma de vida de otros rincones del planeta. El lugar elegido (en el caso de los hombres) es siempre el bar y sus temas preferidos son el fútbol, la política, la humedad y el sexo.