Cómo fue, cuáles fueron sus repercusiones, cómo lo vivieron los participantes y los espectadores, qué viejas heridas se cerraron o se reabrieron, todo esto y un poco más se lo contamos en esta nota.
Aproximadamente 60 mil personas estuvieron presentes en la ceremonia de beatificación de Ceferino Namuncurá. Una mezcla de banderas y símbolos mapuches y católicos entre la multitud, que expresaba su estado de ánimo con cánticos religiosos y aplausos. Peregrinos y curiosos de todo el país e incluso de zonas limítrofes como Chile, Bolivia y Brasil se acercaron a Chimpay, un pequeño pueblo ubicado en la provincia de Río Negro, en la Patagonia argentina.
La celebración fue presidida por el delegado del Papa Benedicto XVI y su segundo, el cardenal Tarcisio Bertone y por el presidente del Episcopado, cardenal Jorge Bergoglio, que sumado a la presencia del vicepresidente Daniel Scioli y demás funcionarios del gobierno, le dieron visibilidad y crédito a la ceremonia.
Las intenciones fueron siempre las de mostrar la beatificación como un evento multicultural. El acto fue iniciado y concluido por miembros de la comunidad mapuche y familiares de Ceferino, el aborigen salesiano que representa la unión entre dos opuestos: la Iglesia Católica, que ha sabido ocupar un lugar importante durante la colonización de las Américas y ha tenido un rol radical en las decisiones políticas de nuestro país; y la comunidad indígena, desterrada, diezmada y olvidada.
Esta conciliación, y el regocijo de los presentes es lo que se pudo apreciar en muchos medios que transmitieron la ceremonia y también, lo que se quiso mostrar. Pero no olvidemos que en situaciones de esta magnitud y con actores de esta envergadura implicados, siempre hay algo más.
¿Quién fue Ceferino y qué es la beatificación?
Es imprescindible primero entender de qué estamos hablando.
Ceferino fue hijo del cacique mapuche Manuel Namuncurá, y de la cautiva chilena. Manuel luchó férreamente contra las tropas conquistadoras del General Roca y al ver la imposibilidad de vencerlas se decide por una convivencia pacífica con el hombre blanco. En 1884 Namuncurá procede a su rendición oficial y recibe el grado de Coronel de la nación.
Ceferino nace en 1886 y a los 11 años, viendo la postergación de su pueblo, decide estudiar en Buenos Aires y adquirir conocimientos que le posibiliten ayudar a su gente, por lo que es enviado al Colegio Salesiano.
Posteriormente realiza sus estudios sacerdotales en Viedma y Monseñor Cagliero lo lleva a Roma para continuar su formación pero también creyendo que el clima lo beneficiaría, ya que el joven sufría de tuberculosis. Muere a la edad de 18 años, tras haber conocido al Papa Pío X y su cuerpo es restituido a sus tierras de origen.
Ahora, ¿qué implica que Ceferino haya sido consagrado beato?
La beatificación es el segundo paso en el camino a la canonización que tiene un total de tres instancias:
En primer lugar, una persona que se considere que vivió virtudes heroicas puede ser calificada como venerable.
El beato es plausible de ser venerado en público en una región particular y es considerado como tal si se logra atribuirle un milagro que Dios haya hecho a través de su mediación. La otra posibilidad para ser beato es haber muerto mártir.
Por último, la canonización indica que alguien se ha convertido en santo. Para ello se debe demostrar al menos un segundo milagro, o además haber muerto mártir. Es el grado en el cual una persona es digna de culto universal e intercesor ante Dios.
El elegido
En 1973 el Papa Paulo VI declaró a Ceferino «Venerable Siervo de Dios». Esto sumado a la curación sin explicaciones racionales (y por ende milagrosa) de la cordobesa con cáncer de útero que en 2000 le rezó pidiendo por su salud, generó las condiciones para declararlo Beato.
Ahora bien, éstas son cuestiones mas bien “burocráticas”, pero tampoco debemos perder de vista el hecho de que la Iglesia haya decidido recién ahora realizar la beatificación, cuando es un pedido que se ha venido gestando desde hace tiempo.
Según lo escrito por el filósofo y teólogo Rubén Dri en una nota del diario Página/12, para Benedicto XVI, el Concilio Vaticano II vació a la Iglesia de contenido al acceder a los reclamos del mundo moderno y no imponerse sino adaptarse: “la atracción que antes tenía la Iglesia, doble atracción, porque era poderosa material y espiritualmente, política y religiosamente, ahora ha pasado a otras manos, a otros centros. Ellos son el Islam, el budismo y las religiones de los pueblos originarios de América”.
Así, el Islam aparecería como un enemigo, el budismo como competencia, y los pueblos aborígenes tal vez como plausibles de ser cooptados. Allí hace su ingreso Ceferino, que dentro de la comunidad mapuche es visto por algunos como traidor a sus raíces, o bien como un símbolo de aceptación y resignificación de la cultura blanca. De modo que, “la elevación de Ceferino Namuncurá a los altares es un buen instrumento en esta lucha con las religiones de los pueblos originarios”.
Los ausentes
Así lo ven algunos sectores indígenas, que demostraron su discrepancia con la ausencia en las celebraciones de la beatificación. Desde la Coordinación de Organizaciones Mapuche (COM), “no aceptan el perverso título para un hermano que murió a manos de la misma colonización”. Asimismo, miembros del Centro de Educación Mapuche consideran por su parte que «él pertenece a este espacio territorial y nos indigna que se siga utilizando para dominar y evangelizar a nuestro pueblo».
A decir verdad, ninguno de estos reclamos parece injusto, teniendo en cuenta sus experiencias pasadas y cosmovisión.
Lo que suscitó
Pero en una mirada más amplia, la beatificación de Ceferino puso otras cuestiones en movimiento.
Por un lado, este evento le trajo visibilidad a un pequeño pueblo de 2 mil personas, de una nación periférica. Chimpay abrió sus negocios, sus hospedajes y sus corazones.
Por otra parte, la beatificación volvió a poner en funcionamiento al “Zapalero”, un viejo tren que atravesaba gran parte de la Provinci
a de Río Negro y Neuquén y que esta vez trasladó a unos 800 peregrinos ida y vuelta de Chimpay.
Pero más aún, la beatificación de Ceferino Namuncurá puso en movimiento el pensamiento crítico, actividad deseable si las hay. Ceferino es un símbolo, es un arma, y ahora un beato, que vuelve a abrir las mal cicatrizadas venas de América Latina. Un momento histórico que no sólo nos da la posibilidad sino que, por sobre todo, nos insta a la reflexión y comparación entre las actitudes y roles del ayer y hoy del Estado nacional, la Iglesia y las comunidades minoritarias como los indígenas. En fin, de un país que busca su lugar en el mundo.