De las primeras manifestaciones del tango de 1880 prácticamente no quedan registros, exceptuando algunas partituras de años posteriores.
Se trataba de obras instrumentales con títulos subidos de tono como “Sacudime la persiana”. “Tocame la carolina”, “Dejalo morir adentro” o “¡Al palo!” escritas para piano sin letra cuyo doble sentido estaba dado por el nombre que llevaban, aludiendo vulgarmente al acto sexual, al tratamiento obsceno del mismo, y a esas “partes” del cuerpo involucradas en el tema. Estos primeros tangos eran ejecutados en “las academias”, como se llamaban a las casas de citas. De características más bien picarescas y alegres, eran muy primarias y no tenían gran vuelo musical pero dan cuenta del punto de partida de un género que cambiaría su perfil por completo.
Ya en los umbrales de 1890 aparecen temas de estructura simple pero con una melodía y una cadencia donde comienza a perfilarse el estilo del 2 x 4, pero aún manteniendo su carácter alegre. Surge la obra de Ángel Villoldo considerado “el padre de tango” con temas como “El choclo”, “El porteñito” y “La morocha”.
Toda una generación de compositores da a luz esos tangos que la historia registra como los más antiguos del género: “El entrerriano” de Mendizábal, y los temas de Arolas, Ponzio, Greco y Bardi, entre otros.
Aquí hay casi un punto de inflexión donde el campo y la ciudad se unen, se fusionan y se enriquecen, es por eso que se puede encontrar en este período una marcada influencia de las milongas camperas y del estilo criollo.
El tango y el ser porteño
La evolución del tango tiene que ver con el crecimiento explosivo de la ciudad Buenos Aires que entre los años 1910 y 1920 cuando se convierte en un un importante centro urbano. Sus características tan particulares como su original calle Corrientes poblada de cafés, cines y teatros van dando vida y personalidad a una identidad del porteño que va a consolidarse al compás del tango.
En 1917 aparece “Mi noche triste”, el primer tango canción que define al género para siempre cuando Pascual Contursi le puso letra a la música de Samuel Castriota, y Carlos Gardel lo cantó marcando el punto de partida de lo que sería el tango de allí en más, dando muestras al mundo cómo iba a cantarse y a contarse esa “historia en tres minutos”.
Sus letras toman vuelo poético y la picardía deja paso a la profundidad, a la melancolía, y al sentimiento descarnado. La música también evoluciona, adquiriendo matices y colores que parecieran salidos de la eterna nostalgia del inmigrante y del criollo que se lamentan por lo que perdió, lo que no fue o lo que pudo haber sido.
Las primeras agrupaciones musicales eran tríos de guitarra, flauta y violín, tres instrumentos muy fáciles de transportar. Es en el siglo XX cuando se suma el piano que en esa época siempre era “el instrumento” presente en cualquier lugar, y por supuesto, en los salones de baile.
El bandoneón aparece años después y a pesar de su origen alemán (y su utilización como instrumento para música religiosa) va a quedarse para siempre en el Río de la Plata, sacándole una sonoridad propia a la ciudad de Buenos Aires y así convertirse en el “alma del tango”, con sus acordes asmáticos melancólicamente desgarrados.