El esplendor de la ciudad de Buenos Aires, que le valiera los calificativos de “La reina del Plata” y “La París de América Latina”, está marcado por la magnificencia de sus características edilicias, la exquisitez de los detalles de su arquitectura y el eclecticismo de sus estilos, rasgos que la vuelven una Babel única y absolutamente personal.
En esta capital conviven los estilos más sofisticados adoptados con la intención de reflejar “las últimas tendencias europeas que regían en cada época”. Los edificios barrocos, art nouveau, neoclásicos, renacentistas, art déco, y modernos se fueron mezclando con los nuevos símbolos de la modernidad en imponentes rascacielos, luces de neón y con los pocos vestigios coloniales que aún podemos encontrar.
En realidad, hay pocos signos de ese pasado colonial y en su mayoría son edificaciones neo-coloniales que intentaron reconstruir el estilo originario. Por lo general se concentran en el llamado“casco histórico”de la ciudad ubicado en las cercanías de la Plaza de Mayo.
Es en 1880 cuando Buenos Aires deja de ser “la gran aldea” para transformarse en ciudad. En ese momento comienza el gran crecimiento urbanístico que fue modificando las costumbres y el estilo de vida de sus habitantes. Allí comienzan a aparecer los edificios Art Nouveau de la Avenida de Mayo, que recuerdan a la Gran Vía de Madrid, con un gran aire de “estilo español” en sus costumbres y “un tanto más francés” en sus características arquitectónicas. Se destacan sus imponentes cúpulas, las estatuas y figuras que sobresalen de los edificios y el estilo de sus construcciones. Al pasear por la Avenida de Mayo es importante mirar hacia arriba, porque es en “lo alto de la Avenida de Mayo” donde se aprecia el esplendor de su historia. La parte inferior de las edificaciones ha sufrido muchas remodelaciones que han afectado su estilo.
El barrio de Recoleta, así como la exclusiva zona de Palermo Chico, se definen como “el París porteño”. Allí encontramos el charme, estilo y distinción propios de la gran capital Europea y el brillo de los grandes palacios franceses. También se reproducen las costumbres de vivir en bares y deambular por las calles entre los comercios de grandes marcas internacionales y los edificios más imponentes de la ciudad.
Si bien en toda la ciudad podemos encontrar incluso en una misma cuadra una mezcla de construcciones y detalles de distintos estilos, cada barrio suele estar marcado por características propias que lo definen.
La Boca, que se distingue por su colorido y las costumbres arraigadas de los inmigrantes que la formaron, y San Telmo,con su bohemia y anticuarios, son los barrios más claramente porteños, o al menos para su fama internacional.
Pero es también el barrio de Palermo donde, a pesar de los reciclajes edilicios de las dos últimas décadas, aún encontramos los patios de la niñez de Borges. De cuando Palermo era el fin de la ciudad, y los pasajes del siglo pasado aptos para el crimen o el amor, un resabio de “porteñidad” donde podemos reconstruir la historia de la propia identidad.
Urbanísticamente existe una ciudad que corresponde a cada una de las colectividades que fueron afincándose junto a la población autóctona. Esta diversidad le ha proporcionado un encanto especial que se traduce en una extraña convivencia de elementos iberoamericanos y europeos. Las referencias principales remiten a espacios españoles, italianos y franceses.
En los últimos años, Buenos Aires ha adoptado colores latinoamericanos por la inmigración llegada de distintos países limítrofes, que van marcando con su estilo y sus costumbres los barrios que van poblando en la ciudad.
Algunos la consideran una WELSTAD, es decir, una ciudad mundial, una ciudad para todos, con los brazos abiertos para dejarse influir y enriquecerse con la culturas del mundo que la fueron poblando y que le dan ese aire particular que la vuelven tan única y personal que atrapa y cautiva.