El monumento a Roca del Centro Cívico de Bariloche es objeto de controversias. El Sr. Fernando Chain nos ha enviado una copia de la extensa carta que le presentara al intendente de Bariloche, donde le solicita que sea quitado de la plaza principal de esa ciudad.
Las razones son muchas y están sólidamente fundadas en documentos y citas verdaderamente conmovedores. En esta nota le presentamos los párrafos más destacados.
Lo primero: Mirar al mundo desde nuestra tierra
Según Mario Edgardo Rojas, profesor de Continentalismo en la Facultad de Derecho, Universidad de Buenos Aires, «hablar del «descubrimiento» de América – válido para los europeos – es para nosotros ver a nuestra tierra madre desde arriba de las carabelas. Si a cada niño americano se le hace seguir mentalmente el derrotero colombino, el 12 de octubre cuando grita «¡Tierra!» junto con Rodrigo de Triana lo que ve allá a lo lejos es su propia tierra natal. Pero la ve como ajena a él, la «descubre» desde el ojo del conquistador. Esta es la piedra angular de la enajenación americana.»
Pero no se trata de volver a la antinomia de hispanismo versus indigenismo, sino de mostrar cómo una de las partes – la vencida – fue juzgada peyorativamente por la autojustificación del vencedor; cómo se olvidó aplicarle los elementales derechos que debían corresponderle como seres humanos.
Una anécdota nos servirá de muestra para comprobar que los indios no eran considerados como seres humanos ni siquiera en ámbitos supuestamente científicos o académicos, como el Museo de La Plata, adonde algunos fueron llevados como informantes en la división etnografía, mientras, paralelamente, desempeñaban las tareas más humildes de limpieza de las salas. Muertos, sus vísceras y esqueletos pasaron a engrosar las colecciones de la división antropología. Todos tenían un nombre propio pero en las estanterías y en los catálogos de las colecciones sólo eran un número, una simple «pieza de museo». Así es como, hace pocos años, en 1989, cuando los descendientes del cacique Inacayal solicitaron a las autoridades del Museo la devolución de los restos para rendirle homenaje y darle definitiva sepultura en el apartado valle patagónico que lo albergó en vida, hubo investigadores y profesores que se opusieron en nombre de la «ciencia», porque el Museo no podía sentar el precedente de desprenderse de «piezas» de sus colecciones.
Los hechos
La élite financiera y los terratenientes comenzaron a mostrar interés por las lejanas comarcas del Neuquén cuando, en el año 1878, Francisco P. Moreno las describió así: «El territorio del Limay, que conozco, formará algún día la provincia más rica de la República Argentina». Claro que estos territorios no estaban vacíos, había indómitas tribus araucanas, que sin embargo son descriptas por los estudiosos como muy civilizadas y con las que se recomienda pactar.
Las imágenes de Moreno habían encendido la ambición de muchos. Julio Argentino Roca fue el encargado de desalojar esas tierras, violando la Ley 947 que le ordenaba claramente no pasar más allá del límite del Río Neuquén y pactar con los indígenas que se hallaban del otro lado. ¿Por qué hizo esto? Quizás para él las razones fueron varias: probarse como estratega, obtener lauros personales, posicionarse para la presidencia… Pero lo que es seguro es que a partir de sus acciones permitió la apropiación de estas ricas tierras por parte de los incipientes terratenientes, que consolidaron así su posición.
A la primera expedición, que llegó hasta el Río Negro, le siguió una «Segunda Campaña», más sangrienta todavía, cuyo resultado se ve en esta frase del General Villegas: «…En el territorio comprendido entre los ríos Neuquén, Limay, Cordillera de los Andes y lago Nahuel Huapi, no ha quedado un solo indio. Hoy, recién puede decirse que la Nación tiene sus territorios despejados de indios, pronto así a recibir en su fértil suelo a millares de seres que sacarán de él sus productos. La Patagonia será, sin dudas, un emporio de riquezas…»
A Julio Argentino Roca, como general de la República, ministro de Guerra y Marina y Comandante operacional de los cuerpos expedicionarios, le cabe toda la responsabilidad por las matanzas y estragos producidos en la contienda. Por las muertes de miles de mapuches. Por los miles de familias despedazadas. Por las venganzas y represalias suscitadas. Por las haciendas desperdigadas. Por las vejaciones a tribus amigas.
Esta segunda campaña, más allá de los límites establecidos por la ley, significó la instauración del genocidio. Genocidio es exterminio sistemático de un grupo étnico. Y la persecución al neuquino, en suelo reconocidamente mapuche, le otorgó tal carácter. La guerra puede tener el justificativo de una defensa que ampara el derecho natural. Como la legítima defensa de los mapuches de sus vidas y su tierra. O, siendo la guerra ofensiva, puede respaldarla una autorización legal de poder competente. En el Neuquén, Roca actuó ofensivamente y sin el respaldo legislativo. Por todo ello su reiterada acción se encuadra en un genocidio sin atenuantes.
Respaldan aún más estas conclusiones las palabras del Perito Moreno, quien en 1897 dijo: «En la dura guerra a los indígenas se cometieron no pocas injusticias, y con el conocimiento que tengo de lo que pasó entonces, declaro que no hubo razón alguna para el aniquilamiento de las indiadas que habitaban el sud del lago Nahuel – Huapi, pudiendo decir que si se hubiera procedido con benignidad esas indiadas hubieran sido nuestro gran auxiliar para el aprovechamiento de la Patagonia…».
Y todo terminó en…
Lo que ocurrió una vez terminada la conquista y el exterminio, hace sospechar que los motivos de «soberanía nacional» que esgrimieron los recuperadores de los territorios indios no eran tales. En todo caso, las razones patrióticas se sumaban a otras más personales y utilitarias, en muchos expedicionarios.
Se entregaron 56.500 certificados de posesión de tierras, a razón de cien (100) hectáreas cada uno, lo que implicó la distribución de 5.650.000 hectáreas, más de la mitad de la superficie del Neuquén. Una media provincia como premio de guerra parece mucho…
El Gral. Julio Argentino Roca recibió por ley aparte quince mil hectáreas de las venturosas tierras conqui
stadas. Y los Villegas y los Vintter y otros comandantes tuvieron enseguida sus estancias en suelo indio.
Éste es el General Roca, el mismo que aniquiló tantos paisanos, el mismo que instauró el genocidio en tierras patagónicas, el mismo que aún tiene un monumento en Bariloche.
El presente
No se trata de ejercer ahora la discriminación en sentido inverso; si bien hubo asesinos y ladrones que impulsaron el genocidio, hubo también quien respetuosamente llegó a este paraíso terrenal buscando un futuro mejor. Como bien dicen Curruhuinca – Roux: «Al margen de una situación dada, estos pioneros blancos fueron, en general, esforzados trabajadores que hicieron el milagro de convertir en poblado los cuatro ranchos desalineados de una aguada o hacer prosperar las cuarenta casas primigenias del trazado ideal junto al fortín o formar una estancia de buen ganado en medio de las dificultades de la soledad y la escasez de ayuda.»
Sí se trata de darles a «nuestros paisanos los indios» el lugar que como ciudadanos les corresponde en el presente y de valorar el aporte que dieron a la nación en el pasado. Se trata de reivindicar el valor de sus culturas desaparecidas, en el mismo plano de todas las demás culturas de la Tierra.
¿ Futuro ?
El interrogante no expresa duda, sino esperanza. Esperanza en un mañana con justicia, pero un mañana cercano, a la vista. Esperanza en que los paisanos mapuches no deban sufrir cada día al pasar por el Centro Cívico el dolor, la ofensa, de ver a quien masacró a sus mayores, quien aún parece observar con soberbia y desprecio desde su estatua, como complaciéndose de la tarea realizada. Aquel a quien sus contemporáneos apodaban «El Zorro» por sus malas artes, manejos turbios y aprovechamiento en beneficio propio de la función pública.
Por eso, con todo respeto, como ciudadano argentino, y basado en nuestra Carta Magna, que autoriza a peticionar, es que formalmente solicito a los señores legisladores tengan a bien disponer el traslado del Monumento, a algún lugar que quiera tenerlo. No pedimos que lo destruyan, no somos violentos quienes tenemos este deseo; sí pedimos que salga del Centro Cívico; simplemente reemplazarlo, por ejemplo por la estatua de una familia mapuche (pareja con un niño), observando de frente su amado lago. Con esta pequeña acción, habremos dado un enorme paso en la integración; con tan pequeño pero valioso reconocimiento, muchos lloraremos de emoción, y tantas víctimas del ayer quizá comiencen a descansar en paz.
FERNANDO ADOLFO CHAIN
D. N. I. 20.586.313
Referencias bibliográficas:
Nuestros paisanos los indios. Licenciado Carlos Martínez Sarasola, ed. Emecé / Las matanzas del Neuquén. Curruhuinca – Roux, ed. Plus Ultra