El Padre Alberto María de Agostini fue uno de los últimos exploradores del extremo sur del continente.
A caballo entre los antiguos viajeros y primeros descubridores y los modernos “venidos y quedados”, el padre de Agostini es un ejemplo de tradición y modernidad unidos en un solo ser. Igual que los primeros exploradores lo inundaba un espíritu de pionero, un ansia de conocimiento y una necesidad casi fisiológica de espacio innominado. Pero participa, como hombre moderno, de otros intereses, relacionados con el mundo tecnológico del siglo XX: la fotografía, la aviación, el montañismo. Y todo ello sin olvidar su vocación: era cura, misionero, preocupado por llevar su fe a los más recónditos sitios de la Patagonia austral, su destino.
El Padre de Agostini nació en el norte de Italia, en la región del Piamonte, a los pies de los Alpes, el 2 de noviembre de 1883. De su niñez alpina le viene seguramente su predilección por las montañas y su gusto por escalarlas.
A los 26 años entró como sacerdote en la orden de los salesianos y partió como misionero a una de las zonas más extrañas y desconocidas del planeta en ese momento: la Tierra del Fuego. Llegó a Punta Arenas en 1910 y se abocó, junto con otros salesianos que ya estaban en el lugar, entre los que se encontraba Monseñor Fagnano, a la titánica tarea de tratar de salvar del desastre a los últimos sobrevivientes de los primitivos indígenas de la región: yamanas y onas. La situación era terrible, la introducción del ganado y los cambios en el habitat y el modo de vida de los aborígenes los llevaba rápidamente a la desaparición. Los salesianos se esforzaban en preservar la cultura de los indios, agrupándolos en misiones, pero tenían gran oposición de las familias más poderosas de la zona, que necesitaban a los indios como mano de obra barata sin importar si una cultura entera desaparecía.
De Agostini trabajaba intensamente en las misiones, pero dedicaba todo su tiempo libre a explorar el territorio fueguino y documentar sus viajes.
Recorrió la cordillera Darwin en Tierra del Fuego y los grupos del Balmaceda y el Paine, muy cerca de Puerto Natales. Este último grupo montañoso le produjo gran admiración, por las cumbres y por la belleza natural del ambiente que las rodea. Dice en sus escritos: «El lugar es de los más salvajes y grandiosos. Selvas, lagos, ríos, cascadas, constituyen el pedestal de este fantástico castillo torreado, con murallones gigantescos, acorazado de hielos, sobrepasado por agujas de terrible aspecto que tanta seducción ofrecen al denuedo de los montañistas.»
En 1929 fue Agostini quien describió adecuadamente el extremo de este macizo montañoso, en forma circular, que había sido confundido con el cráter de un volcán.
Después, los intereses de Agostini se dirigieron más el norte, hacia los glaciares que desembocan en el Lago Argentino, una zona que por ese entonces era prácticamente inexplorada. Llegó así hasta los glaciares Mayo y Spegazzini, pero lo que le preocupaba era encontrar una cima, un punto elevado desde donde pudiera tener una visión panorámica que le facilitara el relevamiento del lugar. Emprendió entonces junto a los guías Croux y Bron y el doctor Egidio Feruglio el ascenso del monte Mayo. Lo lograron el 14 de enero de 1931. Agostini describe así el espectáculo: «Un panorama estupendo, indescriptible por la profunda vastedad del horizonte y por la sublime grandiosidad de los centenares de cumbres… son las primeras miradas humanas que contemplan estas soledades de hielo entre arrebatos de alegría y atónito recogimiento… La mirada se dirige ávida a través de aquella inmensa extensión de nieves, de hielo y de cumbres, que la cristalina transparencia de la atmósfera y la fulgurante luz del sol tornan aún más nítida, y procuro escrutar sus secretos.»
Con estos mismos compañeros emprende poco después la travesía del Hielo Continental. Descubrieron glaciares a los que bautizaron, pisaron por primera vez los picos circundantes, encontraron extraños oasis verdes en medio de la desolación de las morenas y los hielos, hasta alcanzar la cima del Monte Torino desde donde se ve la costa del Pacífico. Regresaron desde allí por el mismo camino por donde habían ido. Esta expedición recién se completó, llegando hasta el lado Chileno y desde Chile hasta la Argentina muchos años después, en 1955, y con muchos más recursos tecnológicos.
Luego, progresando en sus tareas de exploración y descubrimiento, el padre Agostini estuvo muchas otras veces en el macizo del Fitz Roy, el grupo montañoso más complejo e imponente de toda la cordillera austral, se hospedó en una de las estancias de la zona, y finalmente decidió establecerse allí. Una de sus frases resume la impresión que le causaba esta mole: «Pero la atracción más imponente la constituye el Monte Fitz Roy … Es el señor de toda esta vasta región montañosa, es otro Cervino, algo más modesto en cuanto a elevación pero no menos terrible por la verticalidad de sus paredes y la majestuosidad de su cúspide. El Fitz Roy es sin duda una de las montañas más bellas e imponentes de la Cordillera Patagónica…»
En una de las tantas expediciones al Cerro Torre, el grupo en el que se encontraba el padre Agostini debió hacer campamento en el valle, cerca de una gran piedra, y a causa del mal tiempo permanecieron allí casi un mes. Esa piedra se conoce hoy en día como Piedra del Fraile en honor al cura.
Durante 1937 este cura aventurero sobrevoló parte de la cordillera en un monoplano, el “Saturno”, en un vuelo que duró 4 horas.
La última expedición de Agostini fue la que realizó a los valles de los ríos Baker y Chacabuco, llegando hasta los límites de la cordillera. En esta parte sus escritos se detienen más en la parte humana que geográfica. Advierte sobre el extremo aislamiento en que viven los colonos, lo que los deja a merced de los bandidos.
Sólo le faltaba algo a su vida para considerarla completa: la ascensión al Cerro San Lorenzo, la que comenzó en 1943.
Además de sus detalladas descripciones y sus relatos emocionantes, de Agostini era también un fotógrafo aficionado, que participó en varios concursos con las tomas que realizaba durante sus viajes. Además del extenso trabajo fotográfico, tiene también dos filmaciones, Tierras Magallánicas y Tierra del Fuego, documentales aún hoy difundidos en América y Europa.
Como escritor dejó 22 obras, entre ellas dos guías turísticas, “Guía Turística de Magallanes y Canales Fueguinos» y «Guía Turística de los Lagos Argentinos y Tierra del Fuego».
El padre De Agostini murió el 25 de diciembre 1960 en la Casa Matriz de los Salesianos de Turín.
Existe un interesante libro que narra la historia de este aventurero fuera de lo común, cuyo autor, Germán Sopeña era un admirador de las mismas bellezas que cautivaron por siempre al cura del Piamonte. El libro se titula Monseñor Patagonia.