Hay veces en las que lo que vemos es tan hermoso y nuestras experiencias de viaje son tan avasallantes que no nos alcanza con el recuerdo propio sino que además necesitamos compartirlo con los demás. Ésta es la visión de una viajera, una aventurera, una enamorada de Santa Cruz.
Al salir de Los Antiguos, tomamos una ruta poco conocida pero mágica: la 41 de Los Antiguos a Lago Posadas. El camino por la cordillera fue hermosísimo: bosques de ñires, lagunas con pequeños vergeles alrededor, montañas imponentes y no tanto de miles de colores. Las más elevadas estaban cubiertas de nieves eternas, como el monte Zeballos, uno de los más altos de la provincia (después del San Lorenzo). También había ríos y arroyos, una estepa desértica, ovejas y sobre todo soledad y paisaje agreste.
Esto nos gustó tanto que decidimos un día acampar junto al río Lincoln. Como por esa ruta transita poca gente y no hay campings estuvimos completamente solos. De modo que armamos la carpa donde quisimos, entre los árboles, con total libertad, realizamos un lindo fogón (hizo bastante frío y no había luz… ¡¡Dios salve al fuego!!), cocinamos algo simple y nos quedamos hasta tarde en el silencio total, sin rastros de civilización más que nosotros, escuchando el crepitar del fuego y observando un cielo tapizado de estrellas ignotas. Nos encantó. Esa noche pasamos un poco de frío en la carpa pero valió la pena.
Después llegamos a los lagos Posadas y Pueyrredón, juntitos pero separados por una península. Es impresionante llegar desde lo alto y ver dos moles de agua (una turquesa y la otra azul profundo) pegadas, pero apartadas por una «tirita» de tierra. Ahí nos alojamos dos noches en una estancia bastante aislada (el pueblo más cercano, Yrigoyen, quedaba a una hora de ripio y tenía 3 almacenes y algo así como 300 habitantes). La estancia se llama Suyai y está preparada para el turismo.
Nosotros nos quedamos en el camping. Allí al menos teníamos un lindo baño… También estuvimos casi solos: nos acompañaba solamente una familia con 4 hijos y un espíritu muy aventurero. Un día nos dimos el lujo de asarnos un pedazo de corderito que conseguimos en la estancia y lo acompañamos con un delicioso y tibio pan casero. El único incordio fue el tiempo: recién llegados y justo cuando terminábamos de armar la carpa se largó a llover torrencialmente. Al día siguiente, aunque despejado, sopló un viento que volaba pelucas…
Desde ese punto continuamos bajando y fuimos hasta la zona de mi adorado Parque Nacional Perito Moreno (no el del glaciar, eh…). Es un parque bastante poco visitado porque queda a 90 km de la ruta 40, la principal, y lejos de todos los puntos calientes del turismo. ¡Por eso me gusta! Tiene unos lagos dignos de ver. El Burmeister por ejemplo, es verdoso, cristalino y rodeado de montañas y ñires. El Belgrano es más desértico y color turquesa opaco.
Nunca antes había visto un color así… no se imaginen el turquesa del mar porque no es así… es lo más turquesa y opaco que puedan imaginar y está rodeado de estepa con manadas de guanacos pastando tranquilos por ahí. Una belleza… ¿Lo malo? Los tábanos. ¡Ese día no había viento y estuvimos a su merced!
Para descansar un poco del camping, nos alojamos en una especie de «albergue para mochileros» de la estancia Menelik, a 15 km del parque y que no era tan caro debido a que poseía camas y baños comunitarios. Ahí también nos la arreglamos para degustar cordero patagónico y… (no se asusten)… ¡caballo! ¡Todo al asador y sin pagar un peso.! Una de las ventajas de ser simpáticos con el encargado de la estancia y charlar mucho con él…
Desde ahí empezamos a subir y fuimos a visitar el Río Pinturas y la Cueva de las Manos. Un guía del que nos hicimos amigos después de encontrarnos en muchos lados nos recomendó una estancia “de medio pelo”, barata, para pasar la noche, si no queríamos acampar. Eso hicimos: fuimos a la estancia de Don Héctor Sabella, Casa de Piedra, y nos alojamos en la única habitación con cama doble. Estaba medio decaída pero era aceptable. Los anfitriones eran excelentes, charlamos de todo un poco, de política y economía local, por ejemplo, y nos llevaron a ver corrales y galpones de esquila. ¡Gracias, Héctor!
Ya después empezamos a “subir” hacia el norte de la Patagonia. Pasamos por General Roca a visitar a unos amigos, donde por suerte hicimos dos días de fiaca y «playa»… porque de eso, en Santa Cruz… ¡nada!. Digo «playa» porque en realidad fue laguna… Nuestra estadía fue en una casa que tiene la familia en Lago Pellegrini, un lago artificial, fruto de una represa, que es más similar a una laguna que a un lago. ¡Nos vino muy bien!
Fue un viaje espectacular. Adoro la Patagonia sur, la Patagonia desértica, la de la estepa, las ovejas, las grandes estancias, el frío, la soledad, las penurias, los pioneros. Conocimos gente muy interesante, muy luchadora, muy soñadora, muy solitaria pero por sobre todo, muy pero muy amable y orgullosos de ser santacruceños.
Vuelvo con el corazón lleno.
Agradecemos a Valeria Verona por su relato y fotos.