Los viajeros y científicos son una categoría distinta, especial, de exploradores. No persiguen ya, como sus antecesores, el enriquecimiento personal. Los guía el afán de conocimiento, la búsqueda de nuevas especies, la descripción de todo el mundo natural existente en la época.
El francés D’Orbigny en primer lugar y Darwin, el famoso inglés, después, pertenecen a otra categoría de exploradores. Recorrieron la Patagonia en la primera mitad del siglo XIX.
D’Orbigny relevó la zona del valle inferior del Río Negro, donde realizó importantísimas observaciones, en especial las de carácter etnológico.
El naturalista inglés Charles Darwin, llegó a la Argentina en 1832, a bordo del famoso navío Beagle, que comandaba el capitán Fitz Roy. Era sólo el comienzo. En los dos años siguientes la nave científica inglesa realizó completas investigaciones que cubrieron todo el extremo sur del país.
En este viaje de Darwin nació la frase «Tierra Maldita» con la que se dice que Darwin describió a la Patagonia. Y si bien es cierto que usó esa frase para describir una condición y una zona en particular («La maldición de esterilidad pesa sobre este país, y el agua, que se desliza sobre un lecho de piedras, participa de la misma maldición» refiriéndose al Río Santa Cruz y la región que éste atraviesa), también es verdad que en otras muchas partes de sus anotaciones se refleja su admiración por el paisaje que observa.
Un poco después, ya en la segunda mitad del siglo XIX, otros célebres exploradores y científicos seguirían los pasos de estos pioneros. Entre ellos hay dos que no pueden dejar de mencionarse: Musters, que no tenía formación científica pero que compensaba eso con sus dotes de observador agudo y su pasión. Y el célebre Francisco Pascasio Moreno, cuyos restos descansan hoy en un islote en medio del Lago Nahuel Huapi, rodeado por uno de los paisajes más bellos del globo.